Cuando los servidores de la ley se bajan al barro

De vez en cuando surge una historia que vuelve a recordarnos el trabajo que los guardias civiles afrontan cada día para proteger a los ciudadanos, a menudo a costa de su propia integridad física.

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Fue lo que sucedió el pasado domingo 2 de febrero, cuando Javier Santamaría y Carlos Triviño, dos agentes del Subsector de Tráfico de la Guardia Civil de Cádiz, detuvieron a un hombre con numerosos antecedentes que había robado una furgoneta en Chiclana de la Frontera y al que dieron captura tras una persecución de película que transcurrió durante más de una hora a través de un terreno cubierto por el fango, las charcas y la maleza en una salina del término municipal de Puerto Real.

“Encontramos el vehículo abandonado en la autovía. El hombre había huido campo a través por una zona muy complicada, llena de ciénagas y vegetación, que tenía el paso cortado por una cancela. No me lo pensé dos veces: la salté y eché a correr tras él, tratando de acortar la distancia que nos separaba por una zona con mucho barro”, explica el agente Santamaría.

En medio de la penosa actuación –hay que recordar que los dos agentes corrían con sus uniformes reglamentarios, incluidas sus respectivas armas, absolutamente cubiertos de barro-, no faltaron ni los episodios anecdóticos, como cuando Santamaría dio el alto “a un paisano que estaba recogiendo espárragos, lo cual me demostró pidiéndome permiso para sacarse algo del bolsillo”.

Tras él corría su compañero Triviño, quien recuerda que “la persecución en ese medio era muy complicada, y además no sabíamos a lo que nos enfrentábamos. Incluso nos decían que iba armado. Pero cuando vi que Santamaría se lanzó tras él, yo fui detrás. No podía dejarlo solo”.

En primer lugar saltó Santamaría, que tuvo que ayudar a Triviño, que quedó hundido hasta la cintura: “No podía salir solo y tuve que pedir ayuda a mi compañero, que me ayudó a salir con unas ramas”.

La persecución resultó especialmente penosa en algunos tramos, incluso con serio riesgo para los agentes. Javier Santamaría recuerda como el momento más crítico vivido en su actuación “cuando al saltar en medio de una charca, las  piernas se me hundieron en el barro y sólo pude salir arrastrándome sobre él, como una lagartija. Al día siguiente tenía mucho dolor en los brazos y no sabía por qué, hasta que me di cuenta de que era por el sobreesfuerzo que tuve que hacer en ese momento”.

Otro de los momentos con mayor riesgo de la intervención llegó cuando los dos agentes saltaron desde un puente en ruinas, desde una altura de dos metros y medio, para aterrizar en una ciénaga. En primer lugar saltó Santamaría, que tuvo que ayudar a Triviño, que quedó hundido hasta la cintura: “No podía salir solo y tuve que pedir ayuda a mi compañero, que me ayudó a salir con unas ramas”.

De  hecho, como el propio Triviño apunta, “es un área peligrosa, en la que incluso los mariscadores que la conocen bien evitan entrar en determinadas zonas”.

En medio de la penosa actuación –hay que recordar que los dos agentes corrían con sus uniformes reglamentarios, incluidas sus respectivas armas, absolutamente cubiertos de barro-, no faltaron ni los episodios anecdóticos, como cuando Santamaría dio el alto “a un paisano que estaba recogiendo espárragos, lo cual me demostró pidiéndome permiso para sacarse algo del bolsillo”.

Finalmente, y tras una hora de atravesar maleza, arrastrarse sobre el fango o saltar puentes, el guardia civil Santamaría acorraló al perseguido. Inmediatamente llegó a su altura Triviño, y el ladrón finalmente se entregó a los dos agentes, no sin mostrar luego su sorpresa ante la tenacidad de los agentes y el riesgo que asumieron en su captura.

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